El nacimiento de Dante

¿Puede la mejor historia de tu vida también ser la más retadora? La respuesta es sí. No saben cuántas veces he empezado a escribir este texto; esta debe ser la número 6. ¿Cómo uno cuenta algo bueno, que también tuvo sus negativas? Pues con el corazón en la mano. That’s it.

Esto es lo que sucedió iniciando el 1 de noviembre a las 4:44 de la mañana.

Un dolorcito leve en el vientre bajo que se movía hacia la espalda me despertó. Pensé que se trataba de una indigestión pues justo cumplía las 38 semanas. La noche antes me di el verdadero atracón de comida china. Intenté seguir durmiendo, pero el dolor persistía.  A las 5:20 a.m. ya podía establecer un patrón y me fui a Google a averiguar si se podía tratar de contracciones. Y así era. Sabía que sólo debía llegar al hospital si el patrón era constante. Y aunque el dolor no era insoportable, las contracciones –a mi entender– tenían poco entre una y otra. De hecho, no fue hasta que fui al baño y presencié el “bloddy show”, cuando realmente me dije: “Dante puede venir en cualquier momento, déjame decirle a Gal que venga en el primer vuelo y avisarle a mi hermana”. Y así fue. Gal tenía previsto viajar el sábado y tuvo que viajar dos días antes, “por si acaso”.

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Recuerdo todo lo que sucedió después vívidamente: me puse pijama, un cardigan y tenis; me maquillé y me puse el cabello lo mejor que pude, pues ese día había hecho cita para ir al salón. Después nos dirigimos hacia el hospital, que queda – a esa hora– a unos 45 minutos de distancia de casa de mi hermana.  

Llegamos y en la sala de espera habían tres mujeres delante de mí. Todas con contracciones. Mis dolores continuaban pero la verdad no nada que no pudiera aguantar. Luego supe que quizá se trató a que sólo tenía un centímetro, por lo que no podrían ingresarme, porque además, tampoco había roto fuente. No sabía que podía pasar varias semanas teniendo un centímetro sin que sucediera novedad alguna. Así que nos regresamos a casa,  aún con dolor. A la hora de llegar sentí se intensificaba por lo que esperaríamos que Gal llegara del aeropuerto y volveríamos al hospital. La intensificación del dolor se debía a que tenía 2 centímetros. Sin embargo, por alguna razón, al llegar al hospital las contracciones dejaron de ser tan frecuentes, así que nueva vez, me despacharon a la casa, alrededor de las 12 de la medianoche. Ya tenía unas 20 horas de labor de parto, sin saberlo.

Sinceramente nunca pensé que ese podría ser el proceso.

Ya en casa me era imposible conciliar el sueño, las contracciones eran más frecuentes y el dolor era tan intenso que pensaba me iba a morir, no estoy exagerando ni un poquito (y eso que mi umbral de dolor es bastante alto). Para que me entiendan llegó un punto en el que no podía hablar. Y en una de las contracciones, rompí fuente. Ya esta tercera vez, no importó salir bonita de la casa. Me fui con la pijama que tenía, el mismo desfleque en el cabello y unas pantuflas… ¡ahhh!, y unos pañales de adulto porque bueno… eso es otro tema del que les hablaré en un siguiente post y del que se habla muy poco. Mientras Gal grababa todo –y yo sólo quería picarlo–, mi hermana estaba más tranquila que una postalita, Esta vez, por si nos devolvían nuevamente, nos fuimos en Uber. Les juro que ahora vuelvo a ese momento y me exploto de la risa, porque el chofer, al escuchar mis gemidos aceleró el carro que parecía casi la escena de una película de persecución. En medio del mayor sufrimiento físico de mi vida (me retorcía en la cama del dolor) llegamos al hospital. Ya tenía 5 centímetros, lo que significaba que en unas horas nacería el bebé, así que me ingresaron, alrededor de las 4:00 a.m. Les cuento que casi me ponen la epidural en la sala de espera porque el mismo anestesiólogo estaba preocupado de la magnitud de mi dolor y lo que le pudiera estar causando al bebé.

Resulta que mi verdadero sufrimiento no había terminado, el doctor me dijo que el bebé estaba en “distress”, lo que básicamente significa que no lo estaba llegando oxígeno, y para colmo, mi presión estaba bajando y yo tenía unos escalofríos que no se quitaban con nada. Pronóstico: 50% de probabilidades de que después de 24 horas de labor de parto se me practicara una cesárea. Lo único que quería era llorar, lo que tampoco ayudaba. Una de las enfermeras me dijo, estoy utilizando todos mis conocimientos contigo, vamos a hacer que este bebé nazca sin necesidad de una cirugía mayor. Y yo confié. Y así fue, faltando unos minutos para las 7:30 a.m. ya todo se estaba orquestando para ver a Dante por primera vez. Tras cinco “pujes”, tempranito en la mañana del 2 de noviembre –exactamente a las 7:42 a.m.– nació mi amorcito,  27 horas después de iniciar mi labor de parto. 

Fue un momento surreal. Yo la verdad no podía creer que una personita estuviera dentro de mí. Agradezco poder disfrutar de un momento de piel con piel y poder amamantarlo inmediatamente…. No hay  palabras que puedan describir ese instante tan perfecto. Después, en lo único que podía pensar era en comida y en dormir. Y así fue, comí y dormí mientras a Dante le hacían sus análisis primarios. Después de eso estuvo todo el tiempo conmigo hasta que nuevamente lo llevaron a la sala de recién nacidos.

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El aftermath

Me quedé dormida y dos doctoras me despertaron cerca de las 12:00 a.m. para decirme que debían ingresarlo al NICU pues sus niveles de bilirrubina estaban exageradamente altos lo que era alarmante para las primeras 24 horas de nacido. Yo sólo escuché internarlo y alarmante; y el tiempo como que se detuvo. A las pocas horas fui al NICU para recibir la noticia de que debían hacerle una transfusión para lograr bajar los niveles de “bili” y así evitar daño cerebral. Para colmo, no podía darle de mi leche, porque también debían descartar si ésta era la causante de los altos niveles. Y como si eso no era suficiente, al día siguiente de la transfusión nos diheron que quizá había que repetir el proceso. Además, también estaba rechazando la fórmula; hubo que suspenderla también. Dante estuvo dos días sin comer, sólo a suero, y a la espera de que su cuerpo se fortaleciera para entonces realizar un estudio que nos diría si era necesario una cirugía del estómago. ¿Cómo podía estarle sucediendo esto a un bebé? Cuando escuché los pronósticos, uno detrás de otro, yo literalmente me desmoroné, lloré como una Magdalena; mi fe estaba retada como nunca, y yo sólo podía preguntarme por qué. ¿No se supone que este era mi desenlace feliz a un año de muchos retos? Así que recurrí nuevamente y ahora con todo un batallón a Dios. Como por arte de magia o mejor dicho de oraciones, el panorama de Dante mejoró de 0 a 7.  

Al final del día siguiente nos confirmaron que todo iba evolucionando positivamente. Que no habría que hacerle la segunda transfusión, pero sí dejarle las dos lámparas UV y la cama UV también; y lo mejor, no habría que hacerle la cirugía del estómago.  Dios definitivamente estaba obrando, porque yo no le encuentro otra explicación. Nos dejaron sostenerlo por primera vez tras su nacimiento.

Y así todo fue evolucionando para bien y rápidamente. A Dante lo movilizaron a una zona de menor rigor en el NICU, más que nada para observación, hasta que pudieran pasarlo a la siguiente área, y de ahí darle de alta. Este proceso duró una semana. El domingo 9, justamente a 7 días de su nacimiento, nos permitieron llevarnos a nuestro amorcito a casa, y no les puedo explicar lo bien que se sintió.

Sinceramente no sé qué hubiese hecho sin mi grupo de apoyo (tenía prácticamente a todos mis amigos más cercanos en un “grupito de Whatsapp” dándome porras desde RD), a mi familia, a mis Preciosas y a todas las tías de Instagram, (como se autodenominaron algunas). Yo no podría estar más agradecida por el cariño hacia mí y hacia Dante.

El día antes de llevarnos a nuestro amorcito a casa. :D

El día antes de llevarnos a nuestro amorcito a casa. :D

Hoy día Dante acude frecuentemente al pediatra, pero gracias a Dios, está sano.

Somos muy bendecidos.

¿Qué aprendí de esos días? Que tu fe puede tambalearse, porque ‘cónchale’, somos humanos. Por eso debemos contar con un buen círculo de apoyo, amigos de los de verdad, porque habrá días malos y sola no podrás atravesarlos.

Que lo que en algún momento consideraste importante, pierde todo su valor cuando la salud de los que amas se ve afectada. 

Que no hay momento más poderoso en el que te arrodillas y dices: “Dios, ¡ayúdame!”.  No podemos ser guerreras todo el tiempo.

Como les dije, somos muy bendecidos y quiero mostrárselo al mundo. Gracias por acompañarme en este trayecto difícil. Les prometo que les mostraré a Dante siempre y que el sabrá de su amor hacia él. 

También aprendí cuál biberón usar, la mejor forma de sacarle los gases, cuáles son los mejores pañales de acuerdo a los doctores, cómo extraerme manualmente y cuál es el mejor aparato eléctrico para hacerlo en casa; por qué usan los bobos para todos los niños en el NICU, qué usar para lavar los biberones, entre muchas otras cosas. Fue una escuelita de maternidad esa primera semana en el hospital.

Y respondiendo la pregunta de quién lloró más, que hice en esta foto colgada en mi Instagram, les cuento que es alguien que no sale en esta foto, su papá.

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